O texto de Henry Miller é muito parecido com o de Juan Pedro, ou melhor o contrário pois este último ainda esta vivo e comecou a escrever bem depois dos devaneios de Trópico de Cancer. De qualquer forma, ambos empunham suas penas afiadas, decretando o fim de uma vida que não oferece muito além da conformação.
A cidade de Paris é o cenário principal do livro (ou será um personagem). Na Cidade Luz que o narrador meio real meio ficcional vai contando suas desventura em meio a miséria e o lux, viver com a barriga vazia em meio ao Boulevair. Entre uma trepada e outra, entre uma epifania e outra, ele vai desgastando uma saga moderna que dá tão rapido quanto tira.
Van Norden
aprovecha la ocasión para exponerles su concepción delarte, concepción, no hace
falta decirlo, creada espontáneamente para que se ajuste al caso.Ha llegado a
ser tan experto para representar ese papel, que la transición de los cantos
deEzra Pound a la cama se produce tan simple y naturalmente como una modulación
de unatonalidad a otra; de hecho, si no se produjera, habría una discordancia,
que es lo que ocurrealguna vez que otra, cuando comete un error con respecto a
esas papanatas a las que calificade «incautas». Naturalmente, habida cuenta de
su forma de ser, cuando se refiere a esosfatales errores de juicio, lo hace de
mala gana. Pero cuando se decide efectivamente aconfesar un error de ese tipo,
lo hace con absoluta franqueza; de hecho, parece obtener unplacer perverso en
explayarse a propósito de su ineptitud. Hay una mujer, por ejemplo, a laque ha
estado intentando conseguir desde hace ya diez años: primero en América y
porúltimo aquí en París. Es la única persona del sexo opuesto con la que tiene
una relacióncordial y amistosa. No sólo parecen gustarse, sino también
entenderse. Al principio, mepareció que, si pudiera conseguir realmente a esa
mujer, quizá se resolviese su problema.Existían todos los elementos para una
unión feliz... excepto el fundamental. Bessie era casitan insólita en su forma
de ser como él. Daba tan poca importancia al hecho de entregarse aun hombre
como al postre que sigue a la comida. Generalmente, elegía el objeto de
supreferencia y ella misma hacía la proposición. No era fea, pero tampoco podía
decirse quefuera guapa. Tenía un cuerpo bonito, eso era lo principal... y le
gustaba el asunto, como sesuele decir.Eran tan amigos, aquellos dos, que a
veces, para satisfacer su curiosidad (y también conla vana esperanza de
estimularla con su destreza), Van Norden la escondía en su armariodurante una
de sus sesiones. Cuando había acabado, Bessie salía de su escondite ycomentaba
la cuestión como si tal cosa, es decir, con total indiferencia por todo lo que
nofuera «técnica». Técnica era uno de los términos favoritos de ella, por lo
menos en lasconversaciones que tuve el privilegio de disfrutar. «¿Qué defecto
encuentras en mitécnica?», decía él. Y Bessie le respondía: «Eres demasiado
tosco. Si esperas conseguirmealguna vez, tienes que volverte más sutil.»Como
digo, había un entendimiento tan perfecto entre ellos, que a veces, cuando iba
aver a Van Norden a la una y media, encontraba a Bessie sentada en la cama, con
las mantasapartadas hacia atrás y Van Norden invitándola a que le acariciara el
pene... «Sólo unascuantas caricias suaves —decía él— para que tenga valor para
levantarme.» O bien lainstaba a que se lo chupara, o, si no lo conseguía, se lo
cogía él mismo y se lo sacudía comosi fuese una campanilla, mientras se
tronchaban de risa los dos. «Nunca conseguiré a estamala puta», decía. «No me
tiene respeto. Eso es lo que saco con hacerle confidencias.» Ydespués, de
improviso, podía ser que añadiera: «¿Qué te parece la rubia que te
enseñéayer?», dirigiéndose a Bessie, desde luego. Y Bessie se burlaba de él,
diciendo que no teníagusto: «¡Oh, no me vengas con ese rollo!», decía él. Y
después, de chunga, quizá pormilésima vez, porque ya se había convertido en una
broma constante entre ellos: «Oye,Bessie, ¿nos echamos un polvo rápido? Sólo un
polvete... ¿no?» Y, después de que elintento hubiera fracasado como de
costumbre, añadía en el mismo tono: «Bueno, ¿y a él?¿Por qué no te lo tiras?»Lo
que pasaba con Bessie era, sencillamente, que no podía, o no quería,
considerarse unagachí para un polvo. Hablaba de pasión, como si se tratara de
una palabra recién creada. Seapasionaba por las cosas, incluso por algo tan
nimio como un polvo. Tenía que poner elalma en lo que hacía.—A veces yo también
me apasiono —decía Van Norden.—¿Tú? —decía Bessie—. Tú no eres más que un
sátiro agotado. Tú no sabes lo quesignifica la pasión. Cuando tienes una erección,
crees estar apasionado.
—Bueno,
quizá no sea pasión..., pero no puedes apasionarte si no tienes una erección,
¿esverdad o no?